El segundo piso a la izquierda tiene un timbre que hace sonar unos acordes familiares. Al abrir, aparece un inmenso mural naif con figuras muy chiquititas buscando su lugar en el mundo. La habitación es pequeña, con estantes rebosando libros cubriendo todo el espectro, desde Descartes a Cortázar. La cama, siempre sin hacer. Las sillas son un muestrario de ropa interior femenina. Un viejo plato de tocadiscos y un osito de peluche, bautizado como Misha, ejerciendo de visir en aquel reino sobre una estufa de butano.
Misha es el único que comprende a Marta. O eso dice. Y no es fácil, porque Marta suele querer la chancha y los veinte. Venga, un ejemplo. Existe una mujer a la que Marta odia. Digamos que tiene una buena razón para ello. Marta entonces le explica a Julie que le gustaría retarla a un duelo, pero nada de femeninas intrigas ni arañazos. No, un duelo a sable o a pistola. Yolanda, como parte retada, tendría el derecho a elegir arma. Y Julie se ríe mucho. O, aún mejor, un duelo de canciones, como los esquimales, y Julie se ríe aún más. Se ríe, las mujeres son fáciles de querer, opina Marta, pero no la entiende nunca como la entendió Luis…
¿Por qué Luis ha dejado de ser Luis? ¿Por qué no se cambia el nombre la gente cuando deja de ser quien es? Y, aún más importante, ¿por qué no se aprueba una ley que te obligue a cambiar de ojos cuando dejas de ser quien eres? Era tan especial, con su entusiasmo, con todas sus ideas ingenuas sobre el mundo, que aplicaba cada día en su clase de la maneras más sorprendentes. Profesor puede ser cualquiera, pensaba Marta, pero maestro es un título que se gana poca gente. Y era tan tierno, suspirando siempre por una mujer que no le hacía el menor caso, contándole sus penas a Marta echado en esa misma cama. ¿No se supone que las mujeres tienen un sexto sentido para detectar las falsas frialdades? Pues éste, Marta, ni lo vio. Y ahora Luis tiene firmada una hipoteca con Yolanda, a treinta años, y sus ojos siguen siendo los más hermosos, aunque las chispas hayan desaparecido.
Luis ya no pulsa el timbre con acordes de Debussy, que fabricó Marta misma en la etapa en la que aprendió electrónica porque le obsesionaban los juguetes mecánicos y los autómatas del Renacimiento. Cuando Luis venía, Marta tendía a usar ropa que le quedaba demasiado grande, inconscientemente quizá, para inspirar ternura… No consigue odiarle, pero le parece que el mundo es muy injusto, así que ha decidido que se va.
¿Dónde podemos irnos, Misha? Sé idiomas, piensa. Pediré una beca para Rusia, para que veas a tus parientes. ¡Dasdivania, Madrid! Pero, ¿y si tenemos frío y miedo, Misha? Mejor nos vamos a Cuba, que allí hay ron y hace calorcito. Me dejo seducir por un mulato sabrosón, y a ti te dejo mirar, ¿te hace? Pero, ¿y si vuelven a empichar a un presidente americano y bombardean? Mejor deja lo del tercer mundo, que tú no naciste para misionera ni para heroína. A ti te gustaría ser una sabia. Suena raro lo de sabia, suena mejor sabio. Bueno, seré una sabio. Descubriré el secreto de los mitos griegos y emostraré que los pitagóricos tenían razón, y explicaré el misterio de la risa y cuál es la sustancia que fuman los buenos contadores de cuentos.
La alternativa es encontrar un refugio solitario, un faro en las afueras de Vladivostok. Y pedir a Carmen y a Julie que no le den la dirección a Luis… a no ser que insista mucho. Carmen se preocupa por ella y, bueno, también su tato Hitch. Hitch viene de Hitchcock, y Hitchcock de Alfred, y Alfred de Alfredo, y es su tato pero no es su hermano, bueno, es complicado. Una cosa rara que inventaron en la facultad. Le gustaba el cine, a Hitch. Filmaron un corto, en aquellos despreocupados -a posteriori- días, días de cerveza y margaritas (el vino apenas lo probaban, y las rosas estaban carísimas). También les hizo fotos desnudas, a Julie y a ella, aunque jamás sintió nada extraño por posar delante de Hitch. Realmente era como su hermano. Y, en contra de algunas teorías totalmente faltas de plausibilidad, Hitch no es gay. No podría: sabe silbar.
Hitch es un cielo. A veces piensa Marta en acostarse con él o algo. Más bien o algo, porque le parecería feísimo acostarse con Hitch. Hitch no tiene chica ni nada, aunque ella sospecha que se acuesta con mujeres, en concreto con una mujer mayor, pero que no se lo dice a Julie, a Carmen o a ella por delicadeza, porque las tres son sus niñas. Otras veces piensa en formar un cuarteto. En meterse los cuatro a vivir juntos, en un piso más grande o en el mismo de ella si viene al caso. Pero con Carmen no se puede contar, su novio es un fascista sexual. Si no existe el término, lo inventaremos para describirle.
Bueno, no nos despistemos del tema. Vladivostok. Allí podría crear su torre de marfil, y dedicar su tiempo a escribir historias, y a terminar su tesina. Su tesina constituye, en el presente momento, un cuerpo de seiscientas treinta y ocho páginas en apretada letra manuscrita en las que desarrolla su propia teoría sobre el humor. Se basa en el análisis de la siguiente sentencia: la risa es el orgasmo de la inteligencia. Marta no la acepta, sin más. O eso, o reconocemos que hay demasiados orgasmos tontos. Bueno, los orgasmos de los hombres muchas veces lo son. En el caso de las mujeres, es otra cosa…
Carmen siempre le pide que se la deje leer, pero Marta replica invariante que aún no está visible. Los folios yacen inermes en el fondo de un cajón. Carmen se ofrece a pasarlos a ordenador por ella. Escribe rápido y no le costaría nada si ella le dicta. Te quedas a vivir una semana en mi casa durante las vacaciones y lo hacemos. Pero a Marta no le gusta dejar su casa. Y le da rabia sentirse insegura. Mira que no ha dormido gente en su habitación (alguna bastante rara), pero a ella le da reparo dormir fuera, lejos de su osito. Y no preguntes por qué Misha no puede salir de la casa, eso nos llevaría a unos derroteros complicados. El caso es que le da rabia. Cree que gastó toda su fuerza de voluntad yéndose de la casa de sus padres y que por eso no le queda más. Tengo que juntar otros venticinco años de voluntad para hacer algo así, suele comentar.
Bueno, vale, contaremos lo del osito. Misha es el guardián de los murales. En ellos Marta expresa en un nítido lenguaje pictórico sus ideas respecto al mundo, la humanidad y todo. Pero, a causa de un extraño bucle espacio-temporal, su público objetivo, para el que el significado de sus obras saltaría a la vista y colmaría el alma con una sensación de unión con el universo, está unos quinientos años en el futuro. Así que, de momento, teniendo en cuenta que la esperanza de vida de la creadora no alcanzará tal cifra, Misha queda a cargo de salvaguardar las obras para la posteridad. En rigor, sí que hay alguien que afirma entender los murales. Es Hitch, pero en realidad ve en ellos lo que le da la puta gana, como hace siempre.
¿Que cuáles son las ideas expresadas en los murales? El tiempo cíclico, anudándolo todo, lo pequeño es como lo grande, la suma de las historias conformando la realidad… Siendo de clásicas, Marta aún siente la fascinación por la filosofía natural, de la misma manera que la ha ido perdiendo por las historias míticas, que apasionan a Carmen, a quien haber estudiado física dejó con cierta hambre de epopeya…
¿Por qué dejaste de ser Luis y de tener ideas y de hacerme humedecer las bragas? ¿Por qué ya no más esa ingenuidad tan mágica, las huelgas de hambre por el cerosiete, el teatro alternativo, leer a Schiller en la colchoneta de tu casa? Pero su vida no gira en torno a Luis. No, claro, porque su vida ahora está parada. Tiene planes, sí, tiene planes. Nada de hombres. Va a seguir un curso para hacerse lesbiana. Empezará por escribir poemas eróticos a Julie. Y Julie se ríe. Julie sería una buena novia para ella. Sabe hacer pasteles. Y yo sé arreglar un enchufe, somos la pareja perfecta.
Sigo estando viva y sigo teniendo trabajo, ¿no? Sigo teniendo amigos y ando bien de salud. Bueno, me duelen un poquito los ovarios, pero es parte de esa enfermedad crónica por la que no me mandan hacer la mili. ¿De qué me quejo? ¿Necesito un hombre? No. ¿Tanto echo de menos a Luis? Tampoco, en realidad, si no viene, mejor. Es que… echo de menos a quien era con él, al papel que jugaba a su lado. Chica, mira que soy complicada. A Carmen le gustaría esta nueva teoría. Le preguntaré si la puede meter en algún modelo matemático. A lo mejor existe mi ecuación. Me gustaría ver su aspecto. Las ecuaciones de los libros de Carmen siempre me han parecido atractivas. No suelo entender ni papa, aunque algunas veces ella las explica bien, pero las formas son elegantes. Le pregunté una vez si la forma externa de una ecuación tenía algo que ver con su contenido, y me dijo que en la mayoría de los casos no, pero que estaría muy bien que fuera así. También a ella le gusta el aspecto de algunos idiomas. Dice que el devanagari es bonito, pero quien hace buena caligrafía es Julie. En chino, es capaz de conseguir obtener el hueso, la carne, la sangre y el alma. Una vez escribimos con tinta de chocolate un poema de amor cantonés en el cuerpo de Carmen para una escenita de amor que tenía preparada con su novio. Lástima de grabación, dijo Hitch cuando lo supo.
A dormir hoy, Misha. Mañana mismo me hago bollera y me caso con Julie, ¿va?