(sobre la democracia directa)
by GongJian
La palabra democracia está gastada. Solía ser un término revolucionario, usado por radicales en todo el mundo. Los poderosos se sentían atemorizados y enfurecidos por ella. Hoy en día es la clase alta la que la invoca, con frecuencia para justificar la intrusión en la política de otros países…
Los analistas políticos consideran que democracia es el sistema político de los EEUU. Por tanto la democracia en EEUU es perfecta por definición. Todos los demás sistemas del mundo son democráticos en tanto en cuanto se parezcan al norteamericano. No se puede pedir más. La democracia es como la diosa Atenea, que nació adulta y perfecta de la cabeza de los padres fundadores, una noche loca allá en 1776…
La propuesta fundamental de este artículo es: la palabra democracia debería volverse revolucionaria de nuevo. La democracia liberal parlamentaria es un sistema aguado. Una vez que hayas leído lo que aquí decimos, quizás descubras que no eres un verdadero demócrata… así que ¡lee bajo tu propia responsabilidad! 🙂
En un sistema auténticamente democrático, todos los ciudadanos deberían tomar todas las decisiones. La democracia representativa es media democracia (siendo indulgentes). «¡Pero eso es imposible!», oigo que algunos dicen… «¡No hay un ágora lo suficientemente grande como para que todo un país se pueda reunir!» No lo había, de acuerdo. Pero ya sí lo hay: Internet.
La tecnología existente dictó el sistema electoral en EEUU y en la mayoría de los demás países. Las comunicaciones eran lentas. Por tanto, los representantes de los distintos estados eran enviados a la capital. Pero las comunicaciones son hoy en día inmediatas. Por tanto, ¿qué queda tan de maravilloso en el sistema? Lo maravilloso es que es más fácil para los ricos sobornar a unos pocos cientos de personas que a toda la población. Tenemos una casta de políticos, cuyo interés principal es mantener su estilo de vida…
Seamos positivos. ¿Qué tal un sistema de votación electrónica, en el cual a todos los ciudadanos se les permitiera elegir en cualquier decisión que les afectara? ¿Irá el país a la guerra? ¿Legalizamos la marihuana, la eutanasia, el aborto, el matromonio homosexual? ¿Subimos los impuestos? ¿Quién pagará más impuestos, los empleadores o los empleados? ¿Qué porcentaje del PIB dedicamos a ayudar a los países en desarrollo? Todas estas decisiones deberían ser tomadas por el pueblo.
Por supuesto, quedan miles de detalles que resolver. Por ejemplo: hay cuestiones que son demasiado técnicas para que las decida el común de los mortales. Cierto. Pero también para que las decidan los políticos. No quiero decidir sobre qué técnica quirúrgica emplear con el cáncer de hígado. Pero nosotros decidiremos democráticamente dejar este punto a los técnicos.
Mucha gente que se declaraba previamente amante de la democracia se posiciona fuertemente en contra de esta propuesta. Les llamaremos «medio-demócratas», siendo indulgentes. Su argumento es el mismo que el de los dictadores fascistas: «el pueblo no está preparado para gobernarse a sí mismo». Cierto. El auto-gobierno es un arte que el pueblo tiene que aprender. Pero la manera de enseñárselo es incrementar la responsabilidad que tienen en sus propios asuntos. Gradualmente, por supuesto. Pero siempre incrementando.
Los medio-demócratas dicen que un país así sería un lugar horrible para vivir. Que habría ministerios de fútbol y de asuntos rosas. Que los demagogos harían su agosto, llevando al país a la ruina. Hay, por supuesto, medio-demócratas de izquierda que afirman que el pueblo restauraría la pena de muerte, la censura y aboliría los derechos de las minorías.
De seguro, esos riesgos están ahí. Pero atención a este punto. Si tienes miedo de ellos, tienes miedo de la democracia, y tienes miedo de tus conciudadanos. La medio-democracia no es democracia. Hay sólo dos sistemas políticos, a fin de cuentas: (a) El rey filósofo de Platón, que es como un padre para sus súbditos y sabe mejor que ellos qué es lo que les conviene, (b) la verdadera democracia directa. Sí, la democracia verdadera es peligrosa. De seguro los ciudadanos cometerán errores. Pero aprenderán de ellos, y su criterio mejorará.
¿Y las cosas buenas de la democracia directa? ¡Miles! Los ciudadanos se sentirán más involucrados con su país, y con todo el mundo. Cuando la gente siente que su decisión cuenta se vuelve más responsable y civilizada, mejores ciudadanos. Asimismo, las soluciones a los problemas reales serán más fáciles de encontrar cuando todo el país esté pensando en ellos…
¿Sería beligerante un país democrático? Seguramente no. Son siempre los políticos los que tienen que convencer a sus ciudadanos de que vayan a la guerra. El odio por el extranjero es creado por los gobernantes para que olvidemos sus fechorías. Dos democracias vecinas tendrán muchos puntos en común, y finalmente se fundirán. La riqueza se repartirá de manera más justa. La educación y la sanidad públicas mejorarán.
Las preguntas finales son las mismas de siempre en antropología: ¿Es el humán malvado por naturaleza? Si respondes que sí, déjame decirte: ¿por qué deberíamos confiar en algunos de ellos para que nos dominen? ¿Cómo sabemos que son mejores, cuando los elegidos han solido ser peores que el promedio? En caso contrario, si no somos malvados por naturaleza, ¿por qué no gobernar todos juntos?
Terminemos con las palabras de Jean-Jacques Rousseau, en el Contrato Social:
«La soberanía no puede ser representada por la misma razón de ser inalienable; consiste esencialmente en la voluntad general, y a la voluntad no se la representa: o es una o es otra. Los diputados del pueblo no son ni pueden ser representantes; son únicamente sus comisarios y no pueden resolver nada en definitiva. Toda ley que el pueblo en persona no ratifica es nula; vale decir, no es una ley. El pueblo inglés piensa que es libre y se engaña; lo es sólo mediante la elección de los miembros del Parlamento; tan pronto como éstos son elegidos cae en su condición de esclavo, no es nada. El uso que hace de su libertad en los cortos momentos que la disfruta es tal, que bien merece perderla.»