Villa Opicina

junio 6, 2009

A escasos diez kilómetros de Trieste está la «Villa Opicina«, pronunciado en italiano «Vil-la Opichina«. ¿Por qué esta precisión fonética, superficialmente calificable como innecesaria? Sigan, sigan leyendo.

Suele preguntarse el viajero por el origen de tan curioso nombre. La leyenda lo hace remontarse al siglo XII, cuando se produjo el himeneo de Giambattista Finnochio, fabricante de cinturones de castidad, con Giovanna Zucchini, hija de un célebre desbravador de toros. En el momento en el que la masculinidad de su esposo se le apareció en toda su gloria, se cuenta que la muchacha exclamó, llevándose las manos a la cara, «Vil-la O-pichina!«, que en dialecto del Friuli viene a significar «¡Oh cielos, me ha tocado en suerte el miembro viril más chiquito y mono del mundo mundial!»

Giambattista encontrábase perdido en las grutas cavernosas de la feminidad de su esposa. Inicialmente limitaron sus prácticas sexuales a la reclusión del miembro en la boca de ella, previamente reducida de tamaño mediante la succión de un limón. Posteriormente descubrieron la felicidad en la práctica de las relaciones génito-nasales, para cuya descripción incorporamos inicialmente una figura, pero ésta ha sido eliminada por consideración a los niños que leen estas páginas.

Todos estos datos nos han llegado gracias a las «Cronicche erotiche friulane«, fiel registro que los escribas del obispo de Trieste llevaban de los desvirgamientos locales, para mayor gloria del mismo.

También es así como sabemos del origen del «xilófono friulano«, instrumento musical que tocaba la sobrina del obispo en cada fiesta mayor. Se trataba de diez jóvenes locales, desprovistos de calzas, cuyos miembros tuvieran tamaños en progresión aritmética. La virtuosa joven, provista de un palito de madera, arrancaba las más hermosas melodías para deleite del público opiciniano.

Era un gran honor formar parte del xilófono friulano, siendo así que los jóvenes triestinos se batían a duelo en el Molo Audace para formar parte de él. Como dijo el gran poeta triestino, Paolo Toccailnaso, «Ni sable ni espadón se desenvaina en esas lizas, más grande es el dolor cuando tu honra está hecha trizas».