Mientras decidimos…

septiembre 29, 2009

Mientras decidimos si volver (con la frente marchita) o no volver, o iniciar algo nuevo, o renovar algo viejo (algo prestado y algo azul), aquí va un bocado para hacer diente, y para asegurarme de que me acuerdo de la sensación extraña que se tiene al publicar…

Escribió Michel Foucault:

A los que roban se los encarcela; a los que violan se los encarcela; a los que matan, también. ¿De dónde viene esta extraña práctica y el curioso proyecto de encerrar para corregir, que traen consigo los Códigos penales de la época moderna? ¿Una vieja herencia de las mazmorras de la Edad Media? Más bien una tecnología nueva: el desarrollo, del siglo XVI al XIX, de un verdadero conjunto de procedimientos para dividir en zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos y hacerlos a la vez «dóciles y útiles». Vigilancia, ejercicios, maniobras, calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, una manera de someter los cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de manipular sus fuerzas, se ha desarrollado en el curso de los siglos clásicos, en los hospitales, en el ejército, las escuelas, los colegios o los talleres: la disciplina. El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades: pero les dio un subsuelo profundo y sólido — la sociedad disciplinaría de la que seguimos dependiendo.

En otras palabras: la modernidad inventó la libertad, porque también inventó la disciplina. Lo que tenemos es quizá más fuero que libertad auténtica. Hay tantas cosas que damos por supuestas en su eternidad, pero en realidad no tienen más de dos siglos de vida… la cárcel, el amor, los exámenes del cole, los cuarteles, la enfermedad, la tortilla de patatas, la libertad, la locura, la prehistoria, la empatía… son todos inventos modernos.

¿Dudáis? Del mismo libro que antes, «Vigilar y castigar», de Foucault, va otro texto. Una descripción de un espectáculo público en París…

Damiens fue condenado, el 2 de marzo de 1757, a «pública retractación ante la puerta principal de la Iglesia de París», adonde debía ser «llevado y conducido en una carreta, desnudo, en camisa, con un hacha de cera encendida de dos libras de peso en la mano»; después, «en dicha carreta,  la plaza de Grève, y sobre un cadalso que allí habrá sido levantado [deberán serle] atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio, quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y  desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento».

Lo interesante no es tanto la crueldad, sino que la gente lo disfrutara. Mi tesis: apenas existe algo que sea considerable como naturaleza humana. La historia tiene demasiado que ver.

Añado, ya para terminar, una foto que bien podría ser de Blade Runner… Averiguad qué es sin pasar el ratón por encima.

Cárcel de Carabanchel