La vida no fue siempre así. Hubo un tiempo en el que no existían ni el sexo ni la muerte.
Las llamamos bacterias, es decir, bastoncitos, pero deberíamos tratarles con más reverencia. Todas son más viejas que tú, más viejas que tus abuelos, estaban ya allí cuando se construyeron las pirámides, cuando aparecimos los humanos, cuando se extinguieron los dinosaurios… ellas simplemente observaban impertérritas. Viven en un mundo en el que la muerte es sólo un accidente y es posible vivir eternamente…
Cuando nosotros nos reproducimos hay una clara distinción entre madre e hija. La hija es una vida nueva, fresca, parte de cero. Irene nunca había estado en el mundo, nunca hubo nadie como ella antes. La madre, en cambio, pierde interés para la Naturaleza una vez que ha destetado a su cría. Puede morir, y se le conmina a ello. Se ha dispuesto que, pasada la edad fértil, el cuerpo acumule toxinas hasta hacerse inviable. A eso se llama envejecer, y por más que luchemos contra ello, la Naturaleza no nos deja escapar.
Con las bacterias no ocurre lo mismo. Tras una bipartición (sí, como Sheldon tras inflarse de comida thai), ¿cuál es la madre y cuál es la hija? No hay una vida nueva y una vida gastada. El sexo y la muerte nacieron el mismo día. La combinación permite una mayor variabilidad genética y una mejor adaptabilidad al entorno. La próxima vez que hagas el amor, recuérdalo.
Esta idea la expuso por primera vez Lynn Margulis, que estuvo casada con Carl Sagan. Recuerdo a Fernando papá diciendo que no le extrañaba que, con esas ideas, el matrimonio terminara en divorcio… Margulis es más conocida por la teoría endosimbiótica, que explica cómo nació nuestro tipo de células como simbiosis entre un depredador rabioso y su presa. Es una historia preciosa, que contaré otro día.
Y ahora salimos de la biología. Se dice que cada individuo repite la evolución de su especie (la ontogénesis repite la filogénesis). Cuando somos jóvenes, nos sentimos como bacterias, y no entendemos la muerte. Ojo, sabemos que existe, pero no la vemos necesaria. Pero llega un momento en el que tu evolución personal te deja por primera vez una herida que sabes que no cicatrizará nunca del todo. Tras ella, aún podrás ser feliz, pero sabes que tu vida jamás será perfecta. Quizás pueda ser mucho mejor que antes, más brillante de lo que podrías haber soñado con anterioridad, pero ya no perfecta. Y sabes que habrá más heridas de ese tipo. Quizás gente que se fue, oportunidades que huyeron, elecciones en los que cada opción era dolorosa, ocasiones en las que no respondiste a tu autoimagen… Son las toxinas que acumula tu alma. Quizás eres mejor ahora, pero ya entiendes la necesidad de la muerte. Y sabes que quieres extraer todo el jugo a lo que sí tienes.
Decía Heidegger que la muerte daba sentido a la vida. En su momento no lo entendí, y ahora no estoy del todo de acuerdo. Hay dos tipos de vida, la de antes del desgarro y la de después de perder la virginidad.
Lorca puso en labios de Adela: «Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente». Recuérdalo la próxima vez que hagas el amor.