El jueves 15, la personalidad pública de Yvi dio una conferencia introductoria sobre cosmología, como parte del año mundial de la astronomía, en la Charlie (también conocida como Universidad Carlos III de Madrid). Ya sabéis, esas cosas que hacen las personalidades públicas. Por algún misterioso motivo, alguien la grabó en vídeo, que podéis ver aquí.
Pero Yvi, ya sabéis cómo es el muchachito, se ha quedado con las ganas de hacer el quichiwebo, que allí no pudo. La charla comenzaba diciendo que la palabra κόσμος (kósmos) significaba en griego clásico «orden», «belleza» (de ahí «cosmética») y, finalmente –cosas de los pitagóricos–, el Universo. Se decía en La insoportable levedad del ser que las metáforas son peligrosas. Ésta ha marcado el curso de una civilización: la idea de que el Universo tiene que estar ordenado, tiene que ser inteligible, tiene que ser hermoso.
¿Lo es, de verdad? Dioses, se dice Yvi, ¡he apostado mi vida por ello! Cada día encuentro más motivo para creerlo. La intuición de unos señores que vestían toga (bueno, más bien un quitón, pero no nos pongamos pedantes) hace ventiséis siglos prevalece en lo más sofisticado de la cultura actual.
Hay algo increíblemente fascinante en la observación del cielo, y la fascinación crece con la profundización. Malo sería si no fuera así… La Naturaleza es una gran amante, devuelve mucho más de lo que le das, y cuanto más la conoces más la amas.
Una sensación muy similar se tiene cuando se conoce a una muchacha que te atrae con un rostro y un cuerpo hermoso, con unas frases brillantes, con una actitud provocativa y atrevida… y cuando la conoces más descubres que hay mucho más en ella, que es increíblemente inteligente y sensible, que es una gran compañera, que su misma existencia es un milagro. Es terriblemente infrecuente. Aun así, si te ha ocurrido, no entiendes la vida de otra forma.
Buena suerte, os deseo que conozcáis esa fascinación. Y que ese conocimiento no os destruya.