Nación

diciembre 14, 2009

En el principio, era el terruño.

Sí, había reyes, pero normalmente no molestaban demasiado. Molestaba mucho más el señor feudal local. Sí, el rey de Castilla era a la vez rey de Aragón, Cataluña, Valencia, Granada, Navarra, las dos Sicilias, el Milanesado, Flandes y había posesiones a su nombre en ultramar, pero digamos que afectaba de poco a nada a la vida cotidiana. De uvas a peras, alguna guerra obligaba a hacer una leva entre el campesinado, pero era un evento infrecuente por las revueltas que provocaba.

Hasta que un día… llegó la Revolución. La francesa, quiero decir. En 1792, Austria y Prusia intentaron una invasión de Francia, que se salvó in extremis en Valmy con… (y esto es una novedad importante) un ejército plagado de voluntarios. Pero eso no fue suficiente. La coalición no había sido derrotada, sino que España, Inglaterra y Holanda se sumaron a ella. La Convención se encontró frente al mayor ejército que había visto Europa y respondió de una manera original, que cambió el curso de la historia más que la declaración ésa sobre los derechos de no-sé-quién… Impusieron una leva obligatoria. Todos los solteros sanos entre 18 y 25 años fueron reclutados, y se montó un ejército de millón y medio de personas. Se apeló al patriotismo de los franceses. Inventaron Francia.

Desde entonces, los reyes necesitaron la colaboración activa de los ciudadanos como soldados. Por supuesto, siempre hubo deserciones y revueltas, que había que minimizar. ¿Cómo? Creando sentimientos de lealtad hacia el estado. Pero el estado es algo frío, es un colectivo de señores que ostentan el monopolio de la violencia en un territorio. Se necesita algo que llegue más al corazón: el concepto de nación. Nace el Romanticismo.

El Romanticismo inventa Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, España… Revive la Edad Media en busca de mitos apropiados. Inventa historias hermosas que justifican la unión de un pueblo bajo una corona: Arturo, Carlomagno, don Pelayo (sí, hay categorías). A lo largo del siglo XIX, las coronas pierden peso, las burguesías lo ganan, pero las burguesías están a gusto con el concepto de estado-nación. Se lo apropian.

Pero a este juego pueden jugar todos… sirve a las grandes potencias para convencer a sus súbditos de que se dejen matar por una bandera. Pero también sirve a algunos súbditos para inventar justificaciones para la secesión. Así, se inventa también Hungría, Escocia, Cataluña, Irlanda, Euskadi. Las burguesías periféricas luchan con las burgesías centrales por los privilegios políticos… Sacuden a su población contra el centro, invocando a sus sentimientos.

Flag

Veamos… ¿qué tienen que ver los sentimientos con el estado? Si es cierto, a día de hoy, que es inevitable tener estado, ¿por qué son importantes los sentimientos de pertenencia a una nación? Una nación no se define por la lengua (la India tiene 23 oficiales y nadie le discute el estatus), ni por la religión (en Alemania la mitad de la población cristiana es protestante, la otra mitad católica), ni por la etnia (¿dividimos Estados Unidos?), las naciones son inventos, todos ellos con menos de tres siglos de antigüedad. Cuando los ingleses se fueron de la India, consiguieron separar Pakistán mediante el nacionalismo religioso. Pero los intentos de fraccionarla más allá mediante el nacionalismo lingüístico o étnico fracasaron por un buen motivo: los indios sabían que separados se les comerían. Si tenían alguna opción de salir adelante, era unidos.

El nacionalismo es la idea que sostiene que el mundo se divide de manera natural en naciones, y que el sentimiento primario de pertenencia debería ser a dicha nación. Ahora que los ejércitos de leva están desapareciendo, ¿cuál es el motivo de su permanencia? Fácil: es el argumento, el único argumento que permite a la derecha ganar elecciones. Hay dos tipos de derecha: la liberal y la conservadora. El liberalismo es una doctrina económica con el mismo encanto popular que una patada en los riñones. El conservadurismo, en cambio, puede ganar elecciones, y el nacionalismo es su piedra angular.

Michael Billig ha acuñado el término nacionalismo banal para englobar todas esas actividades que nos hacen creer, sin cuestionarnos, la tesis del nacionalismo. Por ejemplo, los mundiales de fútbol, las banderitas para señalar los idiomas en los ingredientes de un paquete de galletas, la división de las noticias en «nacionales» y «extranjeras», etc. En USA tienen el juramento de lealtad a la bandera, que repiten los niños todas las mañanas. ¿No resulta increíble?

El mundo no se divide en naciones. Un estado no tiene por qué coincidir con una nación. Un estado no tiene por qué tener ciudadanos homogéneos en ningún sentido. La decisión de si Cataluña se debe separar o no del estado español debería ser racional y no sentimental. ¿Estarán (estaremos) mejor juntos o separados? Decir que en el marco de la Unión Europea no tiene sentido ya hablar de estados separados es no entender cómo funciona la Unión Europea. Sí es un club de estados, no de naciones; no es un estado, y menos aún una nación. Aún importa la cara que se da al exterior, y quizás nos convenga darla unidos. O quizás no.

En cualquier caso, las luchas nacionalistas convienen a las burguesías, tanto central como periférica. Los votos de CiU, PNV y PP provienen de esta falsa tensión, que han provocado ellos. Ellos provocan el problema, ellos lo resuelven. Como la Iglesia con el miedo a la muerte, pero eso es otro problema que será tratado en otro lugar…

No recuerdo quién dijo: «Sólo se deben alzar las banderas cuando están prohibidas». Yo añado: ni entonces. Al menos, no las banderas de estados ni de naciones.

(Gracias a Arturo)